Trilogía trascendental.
Paul Schrader cierra su trilogía sobre la expiación y la redención con El maestro jardinero (2023), un ciclo que inició con El reverendo (2017) y prosiguió con El contador de cartas (2021). La trayectoria cinematográfica de Schrader es larga, pero a estas tres películas se les puede -con toda propiedad- clasificar como pertenecientes a su estilo tardío- un estilo de balance, conexión con nuevas tendencias y fin de trayectoria artística-, un concepto acuñado por Edward Said aplicado a músicos como Mozart, Beethoven y otros, y desarrollado por el crítico de cine Carlos Losilla para cineastas clásicos como Ford, Hawks o Hitchcock o contemporáneos como David Cronenberg.
Los tres personajes de estas
películas son hombres solitarios que tiene que purgar los pecados de un pasado oscuro
y turbio y por ello asumen una vida de ascesis,
mientras como telón de fondo el cineasta dirige una mirada acusadora sobre
Estados Unidos. La crisis climática, las torturas de Abu Ghraib o el supremacismo blanco están en
la mirada de Schrader siempre en segundo plano, pero sirven para anclar los
pies en el suelo a sus personajes. Una
vez iniciado su periodo de expiación, cada uno de sus protagonistas se
encerrará en su mundo y en un momento determinado verán la posibilidad de
saldar cuentas. Solo el personaje de esta última película logrará con éxito
algún tipo de redención.
Schrader es conocido por los
cinéfilos por sus guiones -The Yakuza (1075), Taxi Driver (1976),
Toro salvaje (1980) - y por algunas de sus películas que alcanzaron
cierta fama y éxito -American Gigolo (1980), El beso de la pantera
(1982)-, pero también fue crítico de cine y cuenta en su haber con un libro
de cine que casi es tan reverenciado como el de las entrevistas de Truffaut con
Hitchcock, El estilo transcendental en el cine: Ozu, Bresson, Dreyer.
El mismo título de libro lo dice
casi todo. El estilo de Schrader se basa en la sobriedad de su puesta en
escena, donde sobran los amaneramientos, unas interpretaciones (Ethan
Hawke Oscar Isaac, Joel Edgerton) a cuál más austera- que logran, sin
embargo, transmitir pulsión y emoción- y un entreverado de los dramas
personales de sus personajes con los traumas colectivos de su país. El cine de
Schrader encierra aquello que decía Jose Luis Guarner de que todo toda estética implica una metafísica.
La radiografía de la nación
americana sale francamente mal parada, pero en esta última película, Schrader
proporciona a su personaje una secuencia final con una nueva oportunidad, un
margen para la esperanza. No está mal para un autor de 76 años que ha hecho de
la ascesis su seña de identidad.
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