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Padre no hay mas que uno 3

Las máscaras de Santiago Segura.

En los años 60 y 70, el cine español se pobló de películas llamadas peyorativamente españoladas.  El público reconocía a unos personajes interpretados por Concha Velasco, López Vázquez, Paco Martínez Soria o José Sacristán y se reía con ellos. Estas películas también hacían alusión a una realidad – aunque con una mirada rancia - que se venía encima: el turismo, unas costumbres más libres, el éxodo rural, etc. Las películas. rodadas funcionalmente y con pocos medios, cumplían un doble objetivo: divertir al público y aleccionarlo ideológicamente.  

Segura es el sucesor actual de aquellos precedentes. Tiene olfato y don promocional. La creación de un personaje con sus respectivas sagas facilita su continuidad en el tiempo. Torrente conectó con el público y la crítica en su primera entrega, por su descaro esperpéntico y captar un ambiente de desencanto social. En sus antípodas, Padre no hay más que uno opta por un humor blanco alejado de una realidad social critica.

El argumento de Padre no hay más que uno 3 es inane. Los hijos de Javier (Santiago Segura) rompen una pieza del niño Jesús del Belén navideño a la que éste tiene un cariño especial. Con un motor de acción tan trivial es difícil hacer una buena película, pero es que los conflictos que se suceden durante la trayectoria para reemplazar la pieza son aún más tibios: los problemas para encontrar una pieza idéntica, la historia de amor entre los suegros o la pérdida accidental en la Plaza Mayor de la más pequeña de las hijas. Incluso en esta secuencia, un homenaje a La gran familia (1962), Segura opta por reducir el tono dramático de la misma. Pepe Isbert transmitía una autentica angustia llamando a Chencho. Aquí parece que Segura no confía ni en su público adulto, ni infantil. A Segura nunca se le ha perdido en la playa alguno de sus hijos. 

Segura cuenta con experiencia probada como actor y director. No extraña que sus intérpretes fijen sus personajes. Otra cosa es el desarrollo de éstos. Su mujer (Toni Acosta) parece que se hubiera ido de vacaciones por segunda vez, porque su aporte dramático al desarrollo de la historia es prácticamente nulo.

No encontraremos en el film sutilezas como el uso del fuera de campo, elipsis, gags visuales, encadenados que alumbren alguna idea u otros hallazgos formales. Sin embargo, una iluminación cálida, un diseño artístico que apuesta por colores vivos que dan una continua sensación de alegría y buen humor, una partitura de acompañamiento funcional (las notas de tensión, diversión o suspense se suceden con cierta monotonía) y una planificación de sitcom televisivo consiguen que la película fluya.

El cine familiar cuenta con una larga tradición de películas que forman parte del acervo cultural de generaciones. No será el caso de Padre no hay más que uno 3. Además, esta película no proporciona lo que las referencias españolas del género aportaban, aunque fuera de forma sesgada y subrepticia, un retrato social de la España de la época. Por no haber, no hay ni referencias al COVID, que estaba poniendo incluso dificultades al propio rodaje de la pelicula. 

Uno tiene la impresión que hay un Segura con muchas mascaras que se esconde en sus personajes, creaciones y entrevistas. El día en el que persona y personaje se reconcilien quizás lleguemos a pensar que Bergman y Haneke son autores de comedia.

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