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Tenéis que venir a verla (2022)

Jonás, que cumplirá los 60 en el año 2041.

Tenéis que venir a verla es el irónico juego de palabras con el que Jonás Trueba invita al espectador a ver su última película en las salas de cine. El público se sienta en su butaca y Trueba nos presenta en un primer plano prolongado -sin diálogos, solo con la música al piano de Chano Domínguez con una pieza, no por azar, titulada Limbo- a los cuatro personajes, dos parejas que se reencuentran tras el confinamiento de marzo de 2020. No se sabe nada de ellos, ni de sus relaciones, pero ese primer plano nos familiariza con todos. Casi a la antigua usanza, como en el mejor cine clásico, cuando se repetía en los primeros minutos de la película el nombre de los protagonistas para que el espectador se identificara con los mismos.

 El filme avanza, pero el conflicto no estalla. Todo aparenta liviano en la superficie. La crítica ha hablado de boceto o ensayo, pero tras esta capa de superficialidad y cotidianeidad (conversaciones triviales, visita a la casa de campo de los amigos, partidas de ping-pong), se esconden inquietudes básicas de una generación que se pregunta qué va a ser de su futuro, además de un momento de intimidad – el corazón del filme-  dónde las dos protagonistas en el porche de la casa, en un plano medio de las dos juntas donde el cineasta ha huido del plano contraplano al objeto de mostrar la complicidad entre ambas, se confiesan sus dudas y miedos, y se explicita una elipsis que adquiere así toda su crudeza.

 En Tenéis que venir a verla están todos los rasgos estilísticos de Jonás Trueba. Un paseo nocturno por Madrid, donde el protagonista confiesa que le gusta la ciudad, sus fábricas viejas, sus cubos de basura, sus bolardos. Muy diferente a los clichés iconográficos de otras capitales del mundo como Nueva York, Paris o Londres. También es oportuna la secuencia del viaje en tren. Los personajes mirando por la ventana, ensimismados, es otro icono que remite a los orígenes del cine, cuando los primeros viajeros ya contemplaban pasar la vida como una panorámica cinematográfica. El paseo por el campo con las parejas intercambiadas – al igual que en la partida de ping-pong- acaba con unos planos rodados en súper 8 (que aparecen también en su trailer, https://www.youtube.com/watch?v=XqY7tFWPu6Y), dónde se ve la tramoya de la película, acompañados de los poemas que lee Olvido García Valdés, que se pregunta por la frontera entre lo real y lo irreal. La película es formalmente coherente con lo que cuenta. No hay ostentosos movimientos de cámara, ni alardes pirotécnicos de estilo. Todo fluye con una cierta quietud, propia de los tiempos de confinamiento, un parón en la vida de todos los ciudadanos.

 Con este planteamiento parece oportuno reclamar que Trueba se proponga enseñarnos a estos personajes dentro de 20 años. Seguro que sus relaciones y sus conversaciones serán diferentes. Cuando alguien tiene cuarenta años hay todavía mucho tiempo por delante. Cuando se tienen sesenta hay que ir al grano, a lo sustancial. Sobran ya los adornos.

 

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