Surrealismo sueco
The Square fue Palma de Oro en el último festival de Cannes, cuyo jurado estuvo presidido por Pedro Almodóvar. La película está dirigida por el sueco Ruben Östlund, que años antes ya había recibido el premio del jurado en la sección Una Cierta mirada por Fuerza mayor (2014), un drama que lo emparentaba – según la crítica-, nada menos, que con el cine de Michael Haneke. Nos encontramos, por tanto, con el film de un director que ha alcanzado un cierto status de prestigio en el cine europeo.
The Square cuenta la historia del director de un museo de arte contemporáneo de Estocolmo, que con escaso presupuesto se ve impelido a poner en marcha una campaña escandalosa de promoción de una nueva instalación, un cuadrado de 4×4 metros, en el que quién entra debe comportarse según unas reglas cívicas de comportamiento, donde cada uno tiene sus derechos y obligaciones. Un espacio de confianza y afecto. Esta instalación actúa como metáfora de lo difícil que es mantener valores sociales responsables en un entorno cada vez más injusto y complejo. Mientras tanto a este personaje tan políticamente correcto le roban el móvil y la cartera, en una perfomance alternativa (una idea ingeniosa) y empiezan a producirse situaciones en las que vemos lo difícil que es vivir y actuar conforme a estos usos sociales. Nuestro personaje se sale del cuadrado (The Square), un escenario de confort, y empieza a actuar como un animal salvaje (o como un simio).
La crítica española ha elogiado la película como una comedia hilarante y ha calificado su humor como surrealista y absurdo. Debe ser un surrealismo sueco. En la sesión a la que acudí las carcajadas brillaron por su ausencia y solo esporádicamente se divisaban algunos esbozos de sonrisas. De hecho, la película abandona el tono de comedia en todo su último tramo para llegar a un desenlace donde el pecado es castigado y el perdón exige arrepentimiento. Vamos lo que se llama un cuento moral.
Es fácil hacer comedia sobre el arte contemporáneo. Basta con dejar que un crítico o un artista divague con un discurso vacío ininteligible. El público sonríe con los gags y bromas esperadas. La entrevista al director del museo donde una periodista lee un escrito suyo absolutamente incomprensible. Los operarios de la limpieza que destrozan una obra de arte de una exposición del museo. También con otras soluciones más originales. La vigilante de una sala que se mueve en segundo plano con intención de escuchar una conversación. La conversación entre el director del museo y la periodista interrumpida constantemente con los ruidos lejanos (fuera de plano) de las obras e instalaciones del museo.
Al cine de Östlund le gusta sorprender al espectador y situarle en una posición incómoda. En Fuerza mayor, cuando un alud sorprende a una familia felizmente de vacaciones en una estación de esquí, el protagonista -presa del pánico- abandona espontáneamente a sus hijos y esposa para salvarse el mismo. Un hombre normal, un ciudadano civilizado, ha tenido un momento de debilidad que le retrata. En The Square, el protagonista es un embaucador y un engreído (y un cobarde y un abusador de su posición dominante, no solo con las mujeres, también con sus subordinados) que en un momento de ofuscación empieza a actuar fuera de control (y de normas). Es el inicio de su caída a los infiernos. Es incluso capaz de empujar a un niño y arrojarlo por las escaleras. Esto es lo esencial de la película. Ésta funciona cuando vemos lo trabajoso que es ser coherente con uno mismo.
La secuencia seminal de la película es la perfomance de un artista llamado Oleg – en realidad interpretado por el actor estadounidense, Terry Notary, quién suele colaborar con la captura de movimientos de las películas de El planeta de los simios- que imitando a uno de éstos gruñe, araña y agrede a los comensales de una cena de gala que organiza el museo, provocando una reacción airada y violenta de los invitados. Östlund se pregunta dónde están los límites del artista, pero no responde, ni en ésta ni en una secuencia posterior en la que el protagonista da una rueda de prensa ante una pléyade de periodistas que le interrogan con una actitud cercana a lo inquisitorial.
The Square funciona mejor como un cumulo de set-pieces independientes, que como una narración lineal donde los personajes evolucionan psicológica y dramáticamente. En este sentido es una película de tesis. No hay conflicto entre los personajes. Los secundarios no pueden considerarse como tales. La periodista Anne (Elisabeth Moss) y el artista contemporáneo Julian (Dominic West) solo actúan como muletas del protagonista. Y es una pena porque Östlund tiene autentico talento visual para resolver secuencias con ingenio. Ya lo demostró en la citada secuencia de Fuerza Mayor, rodada en único plano fijo. Ahora, en The Square, solventa secuencias con propuestas de puesta en escena muy sutiles. El off visual y sonoro tiene una presencia casi abrumadora en toda película. Bastan dos ejemplos. Un off visual: un miembro del equipo directivo del museo lleva a un bebé a una reunión de trabajo. El bebé entra y sale de plano constantemente, pero que todos sentimos que está presente. Un off sonoro muy efectivo: los ladridos de los perros mientas el protagonista buzonea una carta amenazadora en un edificio en los alrededores de Estocolmo. En mi opinión, con la creatividad de Östlund, un guionista con oficio y un montador con criterio, hubieran mejorado (y acortado) el resultado notablemente.
Para trabajar en la
industria del cine hay que estar integrado. Ruben Östlund, en una entrevista
promocional de la película, afirmaba que el arte contemporáneo ha perdido la
facultad de provocar. Habría que decir que su película solo lo logra en muy contadas
ocasiones. Entrevemos esporádicamente algunas andanadas contra la corrección
política. Intuimos que a Östlund le pasa lo mismo que a su personaje: es
difícil ser coherente con uno mismo.
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