Puro Spielberg.
Sin más preámbulos aquí va el primer consejo. No se pierda esta película. Es fascinante. Después de esta afirmación tan rotunda es obligado justificarla y explicar cómo Spielberg cuenta visualmente la historia que se trae entre manos.
El filme desarrolla dos tramas entrelazadas pero muy diferentes.
Primero, la película cuenta el enfrentamiento entre la prensa- inicialmente el New York Times y después el Washington Post- con la administración Nixon por publicar los denominados Archivos del Pentágono. Un documento de más de 7.000 folios que demostraba que las administraciones norteamericanas, desde Truman hasta Kennedy, Johnson y el propio Nixon, habían impulsado y ampliado el conflicto de Vietnam a sabiendas de que iban a perder la guerra. El filme narra la clásica historia de un conflicto entre prensa y poder por saber que está por delante, la libertad de prensa o la seguridad del estado.
En este aspecto. Spielberg arriesga poco al situar la narración en los principios de los años setenta del siglo pasado. El discurso es diáfano, pero sigue la estela de innumerables cineastas anteriores, especialmente de Todos los hombres del presidente (1976) de Alan J. Pakula, de la que podría considerarse una precuela. Es verdad que formalmente Spielberg es un cineasta virtuoso. La película remite constantemente al cine clásico con esos travellings laterales en la redacción del periódico, como Luna nueva (1940), de Howard Hawks, esos planos de la sala de máquinas (linotipias, rotativas) de un periódico de los de antes, los periodistas tecleando máquinas de escribir, a lo que habría que añadir alguna otra idea genial. Por ejemplo, cuando el Post por fin lanza su edición, los cimientos del edificio se tambalean como si fuera un terremoto. Puro Spielberg. Una imagen transmitiendo una idea.
En
esta parte de la historia, Spielberg se encuentra en terreno seguro. No deja de
ser un liberal norteamericano (en términos europeos, un progresista) pero un
liberal algo conservador. Excepto en lo referente al paralelismo con el
escándalo WikiLeaks, que sí remite a nuestra actualidad, la mayoría de los
asuntos que preocupan al ciudadano del siglo XXI no se encuentran en esta película.
La pérdida de influencia de los medios profesionales tradicionales, la
influencia de las fake news, la utilización de las redes sociales como
instrumento de desinformación, la injerencia de poderes ajenos en la toma de
decisiones nacionales. Spielberg al elegir el campo de juego, esquiva estos
temas. A mi juicio, es el mayor (y único) reproche que se puede hacer al filme.
Pero Spielberg ha incorporado a la película una segunda trama de mucha actualidad donde se puede decir que ha echado el resto (y ganado la apuesta). La película cuenta el ascenso de una mujer a los centros de poder y decisión en una sociedad dominada por hombres. Aquí Spielberg lo borda (con ayuda de la interpretación de Meryl Streep). La evolución del personaje de Meryl Streep, -Katherine Graham, editora y propietaria del Washington Post- es ejemplar. Las primeras secuencias la vemos temerosa y dubitativa, siempre sola rodeada de hombres amenazantes, tanto en la reunión del Consejo de Administracion del periódico como en la salida oficial a bolsa de las acciones del periódico, ambas admirablemente rodadas. Spielberg filma sin pudor el acoso -y aquí está bien utilizada la palabra- a la que la someten los poderes económicos y financieros y cómo finalmente esta mujer se eleva con voz propia y firme. Toda una lección de cine.
En la industria actual es imposible, a mi juicio, hablar de una autoría única. Es verdad que el sello Spielberg inunda la película, pero hay otros nombres que el lector debiera retener.
John Williams compone una partitura ejemplar, donde ha volcado todo su experiencia y talento. Probablemente ardía en ganas de trabajar en esta película porque renunció a hacerse cargo de la banda musical de Ready player One, el próximo filme de Spielberg que se estrenará este mes de marzo. El contrapunto musical en secuencias como las del robo de los documentos de la Rand Corporation (sin diálogos, solo montaje y música) o las de un amenazador presidente Nixon, a quien más que ver intuimos, son Hitchcock en esencia.
El montaje es otro de los puntos fuertes del filme. Todas las secuencias en la redacción del periódico y del proceso de elaboración del diario tienen un ritmo milimétrico. Su montador, Michael Kahn, lleva trabando con Spielberg nada menos que desde Encuentros en la tercera fase (1977). La fotografía (e iluminación) de Janusz Kaminsli - otro del equipo habitual del director-, impregna de un tono realista a todo el filme y de un cierto halo mágico al personaje de Katherine Graham. Meryl Streep está luminosa y no es una palabra escogida al azar. La creación de ambientes es perfectamente creíble: la redacción, la casa de editora, la casa del director del periódico.
A todo lo anterior hay que sumar la interpretación de los actores. No solo de las estrellas, Meryl Streep y Tom Hanks, sino de todos los actores secundarios. Solo dos ejemplos. Bruce Greenwood, a quien ya habíamos visto como presidente Kennedy en Trece días (2000), de Roger Donaldson, clava a Robert McNamara. Será difícil olvidar las conversaciones en las cabinas telefónicas de Bob Odenkirk, como el periodista Ben Bagdikian, con su garganta profunda o su peculiar forma de andar en el parking del motel donde va a encontrarse con éste en busca de los archivos secretos. En fin, el guion originalmente de Liz Hannah, al que se incorporó posteriormente Jost Singer, que ya había trabajado en Spotlight (2015), de Thomas McCarthy, es muy firme, tanto en la definición de los personajes como en la urdimbre de la trama.
Spielberg sigue dando muestras de gran talento visual. Aquí van solo unos pocos ejemplos. Uno. Nixon siempre es visto desde un plano exterior. Da miedo. Trump podría estar lanzado ahora mismo sus bravuconadas desde ese mismo despacho. Otro. La entrada de Katherine Graham en el edificio de la bolsa de valores de Nueva York (American Stock Exchange), cuando una puerta se abre para dejar paso a la editora amenazando un territorio hasta ahora exclusivo de los hombres. Uno más. Toda la secuencia donde Katherine Graham toma la decisión de publicar la noticia arriesgando su fortuna y su empresa, con esos planos picados que reflejan la dificultad e importancia del momento. Por último, ese final con los personajes de Meryl Streep y Tom Hanks hablando de igual a igual en los talleres del diario. En fin, casi tendríamos que describir la película secuencia por secuencia para hacer justicia. No sobra ningún plano.
El filme
tiene además un principio y final muy coherentes. La crítica ha llamado poco la
atención sobre el arranque de la película, pero aquí el cineasta no ha
escurrido el bulto. Empieza la película con una secuencia fugaz, pero muy
importante, de una escaramuza en la guerra del Vietnam -al ritmo de Green River de Credence Creawater
Revival- que permite al espectador entender el trasfondo del argumento. Muchas
muertes civiles en aras de un bien intangible que solo beneficia a unos pocos.
Por cierto, Credence debe ser una fuente de inspiración. Kevin Macdonald
finalizaba su película La sombra del
poder (2009) con la canción Long as I Can See the Light, mientras salía a la calle la tirada del Washington Globe. Luego está el final. Nos remite al
Watergate. Es honesto, pero en el fondo resalta la única limitación de la película.
Los dilemas de la prensa profesional de hoy en día son muy diferentes de los de
entonces. En este aspecto la película de Spielberg poco aporta a lo que hizo
Alan Pakula en la citada Todos los
hombres del Presidente. El espectador de hoy necesitaba algo más.
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